Los lunes son unos días horrorosos en los que sólo piensas ¿por qué a mi? y deseas que llegue el viernes lo más rápido posible.
Mientras vas refunfuñando porque empieza la semana de nuevo y sigues mala porque los niños no dejan de pegarte todo lo que cogen en la calle y tus defensas ya no son lo que eran pasa algo que hace que todo el día cambie y veas el mundo de otro color.
Eso me ha pasado hace un momento. Una de las pequeñas me ha arañado intentado zafarse del desayuno, no son muy buenas comedoras que digamos. Mientras intentaba tragarme un par de maldiciones por no haberle cortado las uñas bien, el Gordito, el mayor de todos con sólo 3 años, ha salido corriendo mientras chillaba ¡no te procupes que yo te curo! En un segundo tenía en mi brazo una preciosa tirita de Pocoyo y me he derretido, no sólo por el gesto sino porque esas tiritas somo como el oro para él y no las regala así como así.
Ahora mi cara tiene una sonrisa tonta en lugar del ceño fruncido y casi ni me acuerdo de que es lunes.